jueves, 11 de junio de 2015

EL CORREDOR INERTE



Aún recuerdo la primera vez que lo vi. Yo corría a solas por aquel sendero, estrecho y emboscado, justo cuando empezaba a amanecer. En un par de ocasiones había sentido como que no estaba solo, como si alguien corriera junto a mi. Incluso trataba de escuchar otras pisadas, otro crujir de hojas secas bajo otras zancadas, pero no podía saber si eran el eco de las mías.
Las primeras luces del alba se colaban entre la maraña de nubes y las copas de los arboles, proyectando un sin fin de sombras a mi alrededor.
Correr en aquel laberinto de troncos, niebla y sombras chinescas, te hace ver cosas que no son, y seres que no están, pero aún así, yo sentía que no estaba solo.
Fue en aquel tramo de acusada pendiente. Corría a pequeños pasos. Zancada acortada, pulso elevado. Alguien corría paralelo a mi, pero fuera del sendero. Aún estaba unos pasos tras de mi, pero a punto de alcanzarme..........lo controlaba con el rabillo del ojo.
Llegué a pensar que era mi propia sombra, ganándome terreno, al ir girando el sendero, pero en realidad, el Sol entraba justo a mi derecha, y mi sombra corría justo al lado contrario.
Miré de reojo y allí estaba, me acababa de alcanzar. Dudé en mirar. Giré la cabeza a la izquierda, y vi mi sombra. Giré la cabeza a la derecha y lo vi a el.
Mitad presencia, mitad transparencia. Corriendo entre la maleza sin desplazar ni una sola hoja. Haciéndome compañía sin dedicarme una sola mirada. Era como mi imagen proyectada en un espejo, pero con pintas de corredor de los setenta. Cinta en la cabeza, pelo enmarañado, barba descuidada, delgado y fibroso.
Llegué al final del sendero y desapareció.
¿Que si sentí miedo? apenas cinco segundos, la primera impresión, pero luego noté paz y tranquilidad.

Era otra mañana de invierno, solo, sin nadie que pudiera salir a entrenar al monte. Aparqué el coche en el área recreativa, y mientras me preparaba para empezar a correr bajo la fina lluvia, vi a otro corredor subiendo en la distancia.
Pensé que podría ser alguien conocido, y decidí tratar de alcanzarlo.
No es fácil arrancar de buena mañana y perseguir cuesta arriba a alguien que te lleva ventaja ......y mas si ese alguien está en buena forma, y se mueve bien en la montaña.
Aquel tipo no cedía un metro. Se paro sobre una roca lejana mientras me veía subir, y al minuto retomó la marcha. Estaba claro que no era un conocido.
Creció mi empeño en darle caza, a la par que la intensidad de la lluvia.
Aquel cretino me estaba haciendo sudar de lo lindo, y esas paradas que hacía para verme subir me tocaban mucho la moral.

La lluvia había embarrado el sendero, y la pendiente me hacía resbalar, al tiempo que me dio por fijarme en que no había huellas del corredor que me precedía. ¿Por donde había subido? conozco bien la zona y no hay otra posibilidad.
Llegando a la cima, en un falso llano, pude apretar. Lo tenía a unos cien metros, desdibujado por la cortina de agua, y parecía estar esperándome para coronar.
Al acercarme reconocí a aquel espectro de la cinta en el pelo. Me miró y desapareció en el interior de un enorme bloque de piedra.



Días mas tarde regresé al mismo lugar. Un cielo gris oscurecía la mañana. Decidí trazar un recorrido que me encantaba, un poco técnico, pero entretenido y con muy buenas vistas.
De nuevo solo, respirando el frío aire de la montaña, apoyando las manos en las rodillas para progresar en las duras pendientes hacia la cresta.
Hora y media mas tarde, llegué al punto mas alto, y decidí sentarme a contemplar el paisaje, y de paso comer algo.
Frente a mi, en una arista cercana, apareció una figura corriendo. Al llegar al punto mas alto, al igual que yo, se sentó. Parecía no hacer nada, tan solo contemplarme en la distancia.
Pasados unos minutos, me levanté para continuar la marcha. La figura también se incorporó, y al arrancar yo a correr, el hizo lo propio.
Un pequeño valle separaba nuestras montañas. Desde mi sendero podía contemplar como corría por el suyo, como se paraba cuando yo paraba, y como continuaba corriendo cuando yo lo hacía.
Tomé la senda que bajaba hacia el arroyo encajonado entre las dos montañas, y lo vi como empezaba a bajar desde su lado también.
Saltando de bloque en bloque, fuimos llegando al arroyo, cada uno desde su lado, hasta que coincidimos, enfrentados, cada uno en su margen.
Era de nuevo el corredor fantasma, difuminado entre el agua pulverizada que salpicaba el arroyo........quieto, mirándome, con expresión tranquila.
Sin saber que hacer, ni que decir, me agaché a beber un poco de agua y a enjuagarme la cara, y al levantar la mirada, había desaparecido......una vez mas.

Ya de vuelta, llegando al coche, me giré para contemplar aquellas montañas por las que había estado "cabalgando"", y a lo lejos, en uno de los picos cercanos, pude observar sentado a mi "amigo" el espectro, como vigilando mis movimientos............. o despidiéndose de mi.

Un par de meses mas tarde, el reloj marca la media noche, mi frontal ilumina un polvoriento sendero, y un dorsal prende de mi cintura.
Aun me quedan fuerzas para correr. A decir verdad, he llegado bastante entero a este punto de la carrera.
Frente a mi, a unos cien metros por delante, veo la figura del corredor que me precede. Parece no llevar frontal, o su luz es poco intensa.
Puedo ver las luces del pueblo a unos cinco o seis kilómetros de donde estoy, y oír la megafonía de la zona de meta.
Trato de cazar al corredor, no por afán de superarlo, sino por compartir charla e impresiones hasta la meta.
Alumbro con mi frontal, y hay veces que lo veo y veces que lo pierdo. Muevo la cabeza a izquierda y derecha para que la luz haga un barrido, para tratar de verlo, pero se ha esfumado.
Llegando al pueblo lo vuelvo a ver, esta vez muy cerca. Se para, se gira hacia mi, y me hace un gesto como diciendo " sígueme ". Es el, el espíritu del corredor de los setenta.
Al girar la última calle antes de encarar la meta vuelve a desaparecer.
Por megafonía anuncian mi llegada, mi numero de dorsal, y el tiempo en el que voy a parar mi crono. En esta última recta la gente hace un largo pasillo, aplaudiendo, y veo caras conocidas. De entre la multitud, casi a la altura del arco de meta, emerge el espectro de la cinta en el pelo, se planta en medio del pasillo e inclina su cabeza en un gesto de felicitación y respeto.

Lo he vuelto a ver, a veces a lo lejos, corriendo a su aire por el monte, y otras veces de cerca, tan solo unos segundos, mientras estoy corriendo con mi grupo de amigos............ me mira, esboza algo parecido a una sonrisa y desaparece.

Y mientras tanto, alguien lleva rosas a su tumba,  y el sigue corriendo libre en las montañas.......... aunque atrapado entre dos mundos.