En Abril de 2007, participé en las 67 Millas Romanas de Mérida. La prueba consiste en completar tres bucles que suman 100 kilómetros, comenzando y acabando cada bucle en un polideportivo que hace de "Base de vida".
A las 21 horas del viernes, y bajo una fina lluvia, comenzamos a correr junto a otros doscientos corredores y marchadores.
Mi compañero Carlos y yo, nos unimos a cuatro cordobeses, entre los que estaban Rafael García (asiduo a los podiums, y vencedor a la postre de la prueba) y Lucía Conde (ganadora de los 101 km de Ronda en dos ocasiones).
Formábamos la cabeza de carrera, e íbamos a tal ritmo, que llegábamos a los controles antes de que estuvieran montados.......hasta 20 minutos nos obligaron a parar para poder sellarnos el "pasaporte" de control de paso.
Nos bebimos el primer bucle, que discurre por los margenes del río Guadiana, en un abrir y cerrar de ojos.
En el polideportivo, nos obligan a parar otro rato para dar tiempo a la organización a ir montando los controles. La prueba siempre ha sido para marchadores, y el nuevo boom del ultrafondo les pilla apurados para sus cálculos horarios y para la filosofía original del evento.
Así que aprovechamos para cambiarnos de ropa, comer algo, y dejar que los cordobeses se marchen solos.....para evitar que nos fundan con su ritmo elevado.
Arrancamos el segundo bucle de madrugada, confundidos con las marcas, que consistían en pegatinas de distintos colores (un color para cada bucle), pegadas sobre farolas y señales de tráfico, hasta la salida de la ciudad.
La lluvia, y algún "simpático", han despegado las pegatinas, y nos vemos corriendo arriba y abajo por las calles ,buscando el camino correcto.
Rodeamos el pantano de Proserpina, por caminos embarrados y con charcos enormes, y llegamos de nuevo al polideportivo Diocles, completando el segundo bucle.
Mi compañero Carlos decide abandonar aquí, así que repongo fuerzas, y calcetines secos, para afrontar el último bucle en solitario.
Me enchufo el mp3 y me adentro en la niebla y el barro.....aperitivo de lo que va a ser el tramo mas duro de todo el recorrido. Los toboganes se suceden, y me clavo en el barro hasta la espinilla, haciendo vacío en el lodo, que atrapa mis zapatillas ,como si de ventosas ocultas se tratara...... y teniendo que pelear duro para poder recuperarlas.
La soledad, y el escaso marcaje, me hacen dudar de si voy por el camino correcto.......pero cuando empiezo a desesperarme......aparece una baliza salvadora......y así en varias ocasiones....
Llego a un control, situado en un pequeño pueblo, y me dicen que me espabile, que voy el octavo, y que puedo ganar algún puesto.........Y de repente, me entran ansiedad e ilusión....¡¡ no me lo puedo creer !!....jamas he estado en un puesto tan arriba !!....y vuelvo a preguntar ¿seguro que voy octavo?...- Pues si chaval, si acaba de pasar el séptimo......pues eres el octavo....es fácil.
Fue todo un subidón, me sentí hasta mas ligero, y pensaba por momentos en aguantar, para mantenerme en esa posición.......,pero también me sentía ambicioso, y pensaba en apretar para arañar algún puesto mas.....
Subí el volumen de la música, mientras un torrente de endorfinas se desparramaba por mi cerebro......y me sentía en el Nirvana del correr......dolorido ,pero sumergido en un éxtasis total, en algo que solo había experimentado en sueños.
En medio de tal disfrute, me encontré corriendo por una vía de servicio, interminable, sin atisbo de marcas ni del séptimo corredor......y eso que había "apretado el culo" lo suficiente como para haberlo atrapado hacía un buen rato......
Y comencé a desesperarme.
Me paré y saqué el libro de ruta.....y detuve a un señor que venía hacia mi en un ciclomotor, para descubrir que llevaba unos tres kilómetros corriendo en dirección contraria.
Me derrumbé, me ahogué, y me senté en el suelo a llorar.....
Todo aquel Nirvana, todo aquel éxtasis........ desapareció.......y solo quedó un niño llorando en el suelo......con el corazón encogido.....
Decidí abandonar....no solo esta carrera, sino todas. Odiaba el universo, odiaba correr......había pasado en pocos minutos del blanco al negro, del cielo al infierno, del Yin al Yang..........y todo por tener expectativas.
No tenía mas remedio que moverme y salir de allí, así que comencé a correr de vuelta sobre mis propios pasos.
Al cabo de un cuarto de hora, descubrí el desvío que me había saltado, marcado por una cinta escondida por el viento entre las ramas de un árbol.
Seguí corriendo sin ilusión, cabreado conmigo mismo por tal despiste, por haberme ilusionado tontamente por un puesto en la clasificación.
Al llegar al siguiente control no pude contenerme, y pregunté en que posición estaba: -Vas el dieciséis, pero llevas a un grupito de tres, bastante cascados, a poca distancia.....
De nuevo me sentí ambicioso.....respiré.....creí en mi.....y seguí corriendo.....
Me dolía todo, pero ver a lo lejos a los tres corredores, fue como una anestesia de efecto inmediato.
Muy poco a poco, acelerando el paso, conseguí adelantarlos.....intercambiando palabras de ánimo....y anunciándome ellos, que tenía a otro corredor a tiro de piedra....
De nuevo apareció el dolor, y la fatiga, y el peso en las piernas......hasta que vi al corredor que me precedía caminando colina arriba...
Llegué a su altura, y descubrí que era Antonio Lopera, un corredor al que ya conocía de otras tantas carreras, y proseguimos juntos, entretenidos con la charla, y animados por la mutua compañía.
En breve, y sin apenas darnos cuenta, alcanzamos a Lucía, la cordobesa, que estaba machacada y deshidratada, por llevar varias horas expulsando todo lo que ingería.
Así que decidimos acompañar a la que sería la vencedora femenina de la prueba, y disfrutar juntos de la llegada a meta, en una décima posición que me supo a triunfo, por mi condición de pésimo corredor, y por todo lo que había experimentado en las últimas 15 horas.
Aquel día aprendí mucho sobre mi, sobre el arte de correr largas distancias, sobre como pararse, respirar, creer en ti mismo.....y seguir corriendo.....