martes, 26 de marzo de 2024

El Horizonte Inmortal





 The Inmortal Horizon (hacer click para ver el artículo original)

Publicado por Leslie Jamison el 1 de Mayo de 2011.

Lo que os dejo a continuación es el trabajo entretenido de traducir el texto original y adornarlo con fotos que resultan ilustrativas. Espero que os guste:


 En el extremo occidental del Parque Estatal de Frozen Head, justo antes del amanecer, un hombre con una gabardina marrón óxido sopla una caracola gigante. Los corredores se agitan en sus tiendas. Llenan sus bolsas de agua. Se vendan las ampollas. Toman desayunos de mil calorías: Pop-Tarts, chocolatinas y bebidas energéticas geriátricas. Algunos rezan. Otros preparan sus riñoneras. El hombre de la gabardina se sienta en una silla ergonómica junto a una famosa verja amarilla, con un cigarrillo en la mano. Da el aviso de dos minutos.


Los corredores se reúnen frente a él, estirándose. Están a punto de recorrer más de cien millas a través de la naturaleza salvaje, si es que son lo bastante fuertes y afortunados para llegar tan lejos, que probablemente no lo sean. Esperan ansiosos. Nosotros, los observadores, esperamos ansiosos. Apenas se ve una pálida mancha de luz en el cielo. A mi lado, una chica delgada sostiene a un perro flaco. Ha venido desde Iowa para ver a su padre desaparecer en este amanecer gris.


Todos los ojos están puestos en el hombre de la gabardina. A las 7:12 en punto, se levanta de su silla de jardín y enciende un cigarrillo. Una vez que la punta brilla en rojo, la carrera conocida como la  Barkley Marathons ha comenzado.


I.

La primera carrera fue una fuga de prisión. El 10 de junio de 1977, James Earl Ray, el hombre que disparó a Martin Luther King Jr., se escapó de la penitenciaría estatal de Brushy Mountain y huyó por las colinas llenas de zarzas del norte de Tennessee. Cincuenta y cuatro horas después fue encontrado. Había recorrido unas ocho millas. Algunos pueden oír esto y preguntarse cómo se las arregló para desperdiciar su escape. Un hombre escuchó esto y pensó: ¡Necesito ver ese terreno!


Más de veinte años después, ese hombre, el de la gabardina -Gary Cantrell de nacimiento, autodenominado Lazarus Lake-, ha convertido este terreno en el escenario de un ritual legendario: The Barkley Marathons, que se celebra anualmente (tradicionalmente el Viernes de Lázaro o Día de los Inocentes) en las afueras de Wartburg, Tennessee. Lake (conocido como Laz) la llama "La carrera que se come a sus crías". Los dorsales de los corredores dicen algo diferente cada año: SUFRIMIENTO SIN SENTIDO; NO TODO DOLOR ES GANANCIA. Sólo ocho hombres la han terminado(a fecha de 2011). El evento es considerado extremo incluso por quienes se especializan en lo extremo.

II.

¿Por qué es tan malo? No hay sendero. Un desnivel acumulado que casi duplica la altura del Everest. Una flora autóctona llamada zarzas de sierra que pueden convertir las piernas de un hombre en carne cruda en cuestión de metros. Las duras colinas tienen nombres como Rat Jaw (mandíbula de rata), Little Hell (pequeño infierno), Big Hell (gran infierno), Testicle Spectacle (espectáculo testicular) -este último llamado así porque inspira a la mayoría de los corredores a hacer la señal de la cruz (entrepierna contra gafas, hombro contra hombro)- por no mencionar Stallion Mountain (montaña del semental), Bird Mountain (montaña del pájaro), Coffin Springs, Zip Line (tirolina) y un tramo cuesta arriba, nuevo este año, conocido simplemente como "the Bad Thing" (la cosa mala).


La carrera consta de cinco vueltas en un recorrido que oficialmente se ha catalogado como de veinte millas, pero que probablemente sea más bien de veintiséis. La moraleja de esta verdad sesgada es que las métricas estándar son irrelevantes. La moraleja de muchas de las verdades sesgadas de Barkley es que las métricas estándar son irrelevantes. Las leyes de la física y la tolerancia humana han sido sustituidas por los caprichos personales de Laz. Incluso si la carrera fuera realmente "sólo" de cien millas, éstas seguirían siendo "millas Barkley". Tipos que normalmente podrían terminar cien millas en veinte horas podrían no terminar una sola vuelta aquí. Si terminas tres, habrás completado lo que se conoce como "Fun Run". Si por casualidad no terminas -y, admitámoslo, es probable que no lo hagas-, Laz tocará el claxon para conmemorar tu abandono. Todo el campamento, cambiante, sucio y cansado, escuchará, excepto los que estén dormidos o demasiado débiles para darse cuenta, que no lo harán.



III.

No es fácil llegar hasta aquí. No hay requisitos ni procedimientos de entrada publicados. Ayuda conocer a alguien. Las admisiones se deciden según el criterio personal de Laz, y su solicitud no es precisamente estándar, con preguntas como "¿Cuál es tu parásito favorito?" y una redacción obligatoria con el tema "Por qué deberían permitirme correr en el Barkley". Sólo se admiten treinta y cinco participantes. Este año, uno de ellos es mi hermano.



Julian es "virgen", uno de los quince novatos que harán todo lo posible por terminar un bucle. Ha conseguido escapar a la designación de "virgen del sacrificio", que se aplica oficialmente cada año a la persona virgen (normalmente el ultracorredor con menos experiencia) que Laz considera que tiene más probabilidades de fracasar de forma espectacular: perderse durante tanto tiempo, quizá, que consiga batir el récord de Dan Baglione de marcha más lenta. A la edad de setenta y cinco años, en 2006, Baglione logró recorrer tres kilómetros en treinta y dos horas. Algo que ver con una tapa de linterna desenroscada, un arroyo inesperado.

Probablemente sea un término equivocado hablar de "perderse" en Barkley. Sería más acertado decir que uno empieza perdido, permanece perdido durante varias noches en el bosque y debe utilizar constantemente la brújula, el mapa, las instrucciones, los compañeros de carrera y los restos de cordura que le quedan para volver a perderse. Los principiantes suelen intentar quedarse con los veteranos que conocen el recorrido, pero a menudo se ven desamparados. "Raspar a un virgen" significa dejar tirado al novato. Un virgen se agacha para atarse los cordones de los zapatos y, al levantar la vista, descubre que su Virgilio veterano se ha ido.

IV.
El día antes de la carrera, los corredores empiezan a llegar al campamento como focas arco iris, deslizándose por el aire con trajes multicolores. Llegan en camionetas y coches de alquiler, furgonetas oxidadas y caravanas. Sus matrículas dicen 100 RUNNR, ULT MAN, CRZY RUN. Traen tiendas de campaña de camuflaje y chalecos de caza naranjas y novias escépticas y esposas aclimatadas y toallas de viaje diminutas y perros diminutos. El propio Laz trae una perrita (llamada "Little Dog") con una mancha negra como el parche de un pirata sobre un ojo. Perrita casi pierde su nombre este año, después de encontrarse e intentar comerse a un perro aún más pequeño, el flacucho de Iowa, que resulta ser dos perros en lugar de uno solo.

Es una escena masculina. Me entero de que hay algunas mujeres habituales, pero rara vez consiguen hacer más de un bucle. La mayoría de las mujeres a la vista, como yo, forman parte del equipo de apoyo de alguien. Ayudo a clasificar las provisiones de Julian en la parte trasera del coche.


Necesita una brújula. Necesita analgésicos, pastillas NO-DOZ, electrolitos, caramelos de jengibre para cuando tiene sueño y un "kit" para reventar ampollas que básicamente incluye una aguja y tiritas. Necesita cinta adhesiva para cuando se le caigan las uñas de los pies. Necesita pilas. Prestamos especial atención a las pilas. Quedarse sin pilas es lo peor que podría pasar. Pero ha ocurrido. Le pasó a Rich Limacher, cuya noche pasada bajo un enorme árbol buckeye le valió el nombre de "Limacher Hilton". El golpe de gracia de Julian es un par de pantalones de cinta adhesiva que hemos creado a la manera de las chaparreras de vaquero. La idea es que sirvan para defenderse de las zarzas de la sierra y que Julian se gane la envidia de los demás corredores.

Tradicionalmente, el epicentro del campamento es una hoguera encendida la tarde anterior al comienzo de la carrera. Este año, el fuego arde a las cuatro de la tarde y lo atiende alguien llamado Doc Joe. Julian me cuenta que Doc Joe lleva varios años en la lista de espera y (Julian especula) se ha ofrecido como ayudante para asegurarse una plaza en 2011. Llegamos justo cuando está sacando los primeros muslos de la parrilla. Tiene una lata de alubias de medio metro en el fuego, ya burbujeando, pero las estrellas indiscutibles de este espectáculo son las aves, con la piel negra y bañadas en salsa roja. Según la leyenda, el pollo se sirve parcialmente descongelado, sólo con la piel y "un poco más" cocido.



Le pregunto a Doc Joe cómo piensa encontrar el punto óptimo entre cocido y congelado. Me mira como si fuera estúpido. Eso del pollo congelado es sólo un mito, dice. Sospecho que no será la última vez que sorprendo a Barkley creando su propia leyenda.

En esta reunión, las conversaciones banales no suelen durar mucho. Entablé conversación con John Price, un veterano con barba que me dijo que este año no participaría en la carrera por estar en la lista de espera, pero que había conducido cientos de kilómetros para ser "parte de la acción". Nuestra conversación empieza como era de esperar. Me pregunta de dónde soy. Le digo que de Los Ángeles. Dice que le encanta Venice Beach. Le digo que a mí también me encanta. Entonces dice: "El próximo otoño correré de Venice Beach a Virginia Beach para celebrar mi jubilación".

He aprendido a no detenerme ante este tipo de declaraciones. He aprendido a pasar a las preguntas prácticas. Le pregunto: "¿Dónde dormirás?".

"Principalmente en camping", dice. "Algunos moteles".

"¿Llevarás la tienda en una mochila?".

"Dios, no", se ríe. "Tiraré de un pequeño carro enganchado a mi cintura".


Me encuentro en la mesa de picnic, que se ha convertido en un auténtico buffet para bulímicos, repleto de pasteles comprados en la tienda, galletas y brownies. Está diseñado para alimentar a hombres que harán poco durante los próximos días aparte de quemar un número increíble de calorías.


El hombre alto que está a mi lado está devorando un enorme muslo de pollo. El tercero, me he dado cuenta. Su vapor se eleva suavemente en la penumbra.

"¿Así que todo eso del congelado?" le pregunto. "¿Realmente es sólo un mito?"

"Fue un año", dice. "Estaba congelado de verdad". Hace una pausa. "¡Tío! Ese año fue una gran carrera".

Este tipo se presenta como Carl. Ancho y guapo, es un poco menos nervudo que muchos de sus compañeros de carrera. Me dice que tiene un taller mecánico en Atlanta. Por lo que sé, esto significa que utiliza sus máquinas para construir otras máquinas, o bien que utiliza sus máquinas para construir cosas que no son máquinas, como piezas de bicicleta o matamoscas. Trabaja por encargo. "La gente que pide inventos locos", dice suspirando, "nunca es la que puede permitírselos".

Carl me cuenta que esta vez tiene un hacha que afilar. Tiene un buen historial en Barkley -es uno de los pocos corredores que ha terminado una Fun Run por debajo del tiempo oficial-, pero su actuación el año pasado fue pésima. "Apenas salí del campamento", dice. Traducido, esto significa que sólo corrió treinta y cinco millas. Pero fue realmente decepcionante: ni siquiera terminó una segunda vuelta. Me dice que estaba muerto de cansancio y desconsolado. Acababa de pasar por una desagradable ruptura.

Pero ahora ha vuelto. Parece entusiasmado. Le pregunto quiénes cree que son los principales aspirantes a completar cien.

"Bueno", dice, "siempre están Blake y A.T.".

Se refiere a dos de los "alumni" (antiguos finishers) que corren este año: Blake Wood, de la promoción de 2001, y "A.T.", Andrew Thompson, de la promoción de 2009. Acabar dos veces la centena haría historia. Dos años seguidos es cosa de fantasía.


Blake es ingeniero nuclear en Los Álamos, doctorado en Berkeley y con un increíble récord en Barkley: seis de seis en la Fun Run, una llegada a meta, otra casi llegada que sólo fue bloqueada por un arroyo desbordado. En persona, no es más que un simpático padre de mediana edad con un bigote de sal y pimienta, deseoso de hablar sobre el intento de su hija de clasificarse para las pruebas olímpicas de maratón y sobre el nuevo par de pantalones de payaso a cuadros que llevará este año para levantar el ánimo en el sendero.


Andrew Thompson es un joven de New Hampshire famoso por haber estado a punto de terminar la carrera en 2005, cuando se encontraba fuerte en la quinta etapa, pero perdió literalmente la cabeza cuando estaba en la meta, destrozado por cincuenta horas de privación de sueño y esfuerzo físico. Se olvidó por completo de la carrera. Pasó una hora metiéndose barro en los zapatos. Volvió cuatro veces más hasta que finalmente la terminó, en 2009.

Ahí está "J.B.", Jonathan Basham, el mejor apoyo de A.T. durante años, en Barkley para su propia carrera esta vez. Es un corredor fuerte, aunque le oigo mencionar sobre todo en el contexto de su relación con A.T., que le llama "Jonboy".


Aunque Carl no lo dice, me entero por otros de que también es un fuerte aspirante. Es uno de los corredores más duros del pelotón, un veterano D.N.F. (Did Not Finish) hambriento de victorias. Me lo imagino por los senderos, un maquinista salpicado de barro, con garras mecánicas sacando barritas de cereales de sus bolsillos y llevándoselas a la boca.


Hay algunos vírgenes fuertes en el pelotón, entre ellos Charlie Engle, ya un consumado ultracorredor (ha "hecho" el Sahara) y orador inspirador. Como muchos ultracorredores, es un ex adicto. Lleva sobrio casi veinte años, y muchos describen su recuperación como el cambio de una adicción a otra: drogas por adrenalina, cambiar ese extremo por éste.


Si existe algo opuesto a un virgen, probablemente sea John DeWalt. Es un anciano con gorro de esquí negro, setenta y tres años y arrugas, con una voz ronca que parece propia de un fumador o de un oso pardo de dibujos animados. Me cuenta que su nieto de nueve años le ganó hace poco en una carrera de 5 km. Más tarde le oiré describir como un animal. Lleva veinte años corriendo la carrera, pero nunca ha conseguido llegar a la meta, ni siquiera a la Fun Run.

Observo a Laz desde el otro lado de la hoguera. Está moreno y regio con su gabardina, calentándose las manos sobre las llamas. Quiero conocerle, pero aún no me he atrevido a presentarme. Cuando le miro no puedo evitar pensar en El corazón de las tinieblas. Como Kurtz, Laz es calvo y carismático, líder de un imperio menor, traficante de dolor humano. Es como un cruce entre el Coronel y tu abuelo. Hay ciertamente un esplendor de Estación Interior en su orquestación de toda esta extravagancia hormonal, testosterona esparcida como fertilizante a lo largo de kilómetros de desierto estéril y lleno de zarzas.


Habla de "sus corredores" con comodidad y cariño, como si fueran un grupo de hijos díscolos que se vuelven salvajes cada año con el toque de su mechero. La mayoría lleva años corriendo "para él" (su frase). Todos llevan ofrendas. Todos pagan una cuota de inscripción de 1,60 dólares. Los antiguos alumnos traen a Laz un paquete de sus cigarrillos favoritos (Camel Filters), los veteranos un par de calcetines nuevos y los vírgenes una matrícula. Estas matrículas cuelgan como ropa sucia en el borde del campamento, una pared de solapas metálicas que repiquetean. Julian ha traído una de Liberia, donde trabaja en un proyecto de microfinanciación, en su faceta de economista del desarrollo, que no es la de superhéroe. Le pregunto cómo se consigue una matrícula de repuesto en Liberia. Me cuenta que se la pidió a un tipo en la calle y éste le dijo: "Diez dólares", Julián le dio cinco y entonces apareció. Laz la encadenó inmediatamente en un lugar de honor, cerca del centro, y puedo decir que Julian está encantado.



Durante todo el recorrido, los corredores se afanan en leer las instrucciones, cinco páginas a un espacio que les indican "exactamente por dónde ir", aunque todos los corredores, incluso los que llevan años corriendo, probablemente se pierdan al menos una vez, muchos de ellos durante horas. Me cuesta entenderlo -¿acaso no se puede hacer lo que se dice? Van desde lo sorprendente ("los castores del estanque de carbón han estado muy activos este año, ten cuidado de no caerte sobre uno de los tocones afilados que han dejado") a lo evidente ("todo lo que tienes que hacer es seguir eligiendo el camino más empinado hacia la montaña"). Pero las instrucciones tienden a citar puntos de referencia como "la cresta" o "la roca" que parecen poco útiles, teniendo en cuenta. Y luego está el tema de la noche.

Los requisitos oficiales de Barkley parecen una búsqueda del tesoro: hay diez libros colocados en varios puntos del recorrido, y los corredores son responsables de arrancar las páginas que coincidan con su número de dorsal. Laz es juguetón en la elección de sus libros: The Most Dangerous Game, Death by Misadventure, A Time to Die e incluso Heart of Darkness, una elección que parece reivindicar mis impulsos asociativos.


Este año se habla mucho de la última incorporación de Laz al recorrido: un túnel de cemento de 400 metros que discurre directamente bajo los terrenos de la antigua penitenciaría. Hay una caída a través de un estrecho pozo de hormigón para entrar, una subida de cuatro metros para salir y "mucha" agua estancada una vez dentro. También se rumorea que hay ratas del tamaño de zarigüeyas y, cuando hace calor, serpientes del tamaño de brazos. ¿Brazos de quién? Me pregunto. La mayoría de los chicos de aquí son bastante enjutos.

El libro de séptimo curso ha sido colgado entre dos postes junto a los muros de la antigua penitenciaría. "Este es casi exactamente el mismo lugar por el que pasó James Earl Ray", dicen las instrucciones. "Muchas gracias, James".

Muchas gracias, James, por poner en marcha todo este asunto.



V.

Laz se ha dado libertad para iniciar la carrera cuando quiera. Anuncia la fecha, pero sólo ofrece dos garantías: que empezará "en algún momento" entre medianoche y mediodía (muchas gracias, Laz), y que hará sonar la caracola una hora antes como aviso. En general, a Laz le gusta empezar antes del amanecer.

En la puerta de salida, Julian lleva una chaqueta plateada clara, un gorro gris pálido y sus zahones caseros hechos con cinta adhesiva. Parece un robot. Desaparece cuesta arriba en una ráfaga de flashes de cámara.

Inmediatamente después de la salida de los corredores, Doc Joe y yo nos ponemos a asar gofres. Laz se acerca con su cigarrillo encendido, su capuchón gris de ceniza sin explotar temblando entre sus gruesos dedos. Me presento. Él se presenta. Nos pregunta si creemos que alguien se ha dado cuenta de que no está fumando. "Este año no puedo", explica, "por culpa de mi pierna". Acaban de operarle de una arteria y su circulación no es buena. A pesar de ello, colocará una silla de jardín junto a la línea de meta, como todos los años, y permanecerá despierto hasta que todos los competidores hayan abandonado o terminado. El abandono, a menos que se haga en el único punto accesible por sendero, implica un viaje de tres a cuatro horas de vuelta al campamento, más largo por la noche, sobre todo si uno se pierde. Lo que en la práctica significa que el acto de dejar de competir en la carrera de Barkley es comparable a correr un maratón entero.

Le digo que el cigarrillo queda muy bien como accesorio. Doc Joe le dice que puede fumar un par de paquetes. Doc Joe, por cierto, es médico de verdad.

"Bueno, entonces", dice Laz, sonriendo. "Supongo que me fumaré el último cuarto de éste".

Termina el cigarrillo y lo arroja al fuego de la cocina, donde humea hasta nuestro desayuno. Soy consciente de que Laz ya se ha convertido en un mito, y de que yo probablemente me convertiré en otro de sus creadores de mitos. En el personaje de Laz entran en juego varios tropos de masculinidad: malote, adolescente, padre, demonio, alcaide... y este cubo de Rubik de testosterona parece ser la esencia de Barkley.

Me doy cuenta de que Laz y yo vamos a pasar muchas horas juntos. Los corredores hacen sus vueltas entre ocho y treinta y dos horas. Entre vuelta y vuelta, si continúan, paran en el campamento para comer y descansar. Esto es al mismo tiempo socorro y sadismo; el oasis ofrece respiro y tentación a la vez. Es el dilema de los Devoradores de Loto: es difícil dejar atrás algo bueno.

Aprovecho estas horas sin los corredores para preguntar a Laz todo lo que puedo sobre la carrera. Empiezo por la salida: ¿cómo elige la hora? Se ríe incómodo. Doy marcha atrás, disculpándome: ¿arruinaría el misterio contármelo?

"Una vez empecé a las tres", dice como respuesta. "Fue divertido".

"El año pasado empezaste a mediodía, ¿no? Oí que los corredores se pusieron un poco inquietos".

"Claro que sí". Sacude la cabeza, sonriendo al recordarlo. "La gente se quedaba parada, inquieta".

"¿Era divertido verlos agonizar?". le pregunto.

"La verdad es que daba un poco de miedo", dice. "Como ver a una turba ponerse fea".

Mientras hablamos, menciona secciones del recorrido -el muro de escalada de Dave el Peligro, las cataratas de Raw Dog, Pussy Ridge- como si me las supiera de memoria. Le pregunto si Rat Jaw se llama así porque las zarzas son como un montón de dientes de roedor. Me dice que no, que tiene que ver con el perfil topográfico del mapa: le recordaba a... bueno, a una mandíbula de rata. Y yo pienso: "Muchas cosas pueden recordarte a la mandíbula de una rata". Los arañazos de las zarzas se conocen como mordeduras de rata. Laz afirmó una vez que las zarzas no te harían arañazos peores que los que te harían al bautizar a un gato.

Le pregunto por la colina del Laboratorio de Metanfetamina, preguntándome a qué podría parecerse su perfil topográfico.

"Eso es fácil", dice. "La primera vez que lo investigamos vimos un laboratorio de metanfetamina".

"¿Sigue funcionando?"

"Sí", se ríe. "Esos mamones pensaban que nunca les encontrarían. Apuesto a que pensaban: "¿Quién coño podría venir por esta colina?".

Empiezo a entender por qué Laz ha hablado tanto de sus nuevas secciones: la dificultad de la Cosa Mala, la novedad del túnel de la prisión. Marcan su poder sobre el terreno.

A lo largo de los años, Laz ha sufrido bastantes fricciones con las autoridades del parque. Un hombre llamado Jim Fyke, molesto por la erosión y las plantas en peligro de extinción, estuvo a punto de suspender la carrera para siempre. Laz se limitó a desviar el recorrido por zonas protegidas y lo llamó "Fyke's Folly".

Puedo sentir la nostalgia de Laz por los días más salvajes, cuando Frozen Head aún estaba lleno de fantasmas de delincuentes y forajidos huidos, lleno de yonquis por descubrir y sus medicinas para el resfriado escondidas. Ahora los tiempos son diferentes, más tranquilos. El año pasado, los guardabosques cortaron las zarzas de Rat Jaw una semana antes de la carrera. Laz se enfadó. Este año les hizo prometer que esperarían hasta abril.



Su mayor deseo parece ser idear una carrera imposible de correr, sostener el horizonte inmortal de un desafío imbatible con contornos frescos e incognoscibles. Después del primer año, cuando nadie estuvo siquiera cerca de terminar, Laz escribió un artículo titulado: EL "RECORRIDO" GANA LA  BARKLEY  MARATHONS. No es difícil imaginar cómo Laz, reclinado en su silla de jardín, podría ver el propio recorrido como su avatar: su carrera es un competidor lo bastante fuerte como para triunfar, incluso cuando apenas puede mantenerse en pie.

Solía correr esta carrera, en días de mejor salud, pero nunca consiguió terminarla. En cambio, ha conseguido ganarse el respeto como hombre de principios, un hombre tan comprometido con la noción del dolor que está dispuesto a unir a los hombres en su búsqueda.

VI.

Sólo hay dos senderos públicos que se cruzan con el recorrido: Lookout Tower, al final del sendero South Mac, y Chimney Top. En general, Laz desaconseja encontrarse con corredores mientras corren. "Incluso la mera visión de otros seres humanos es una especie de ayuda", explica. "Queremos que sientan todo el peso de su soledad".

Dicho esto, una mujer llamada Cathy recomienda Chimney Top para hacer senderismo.

"Me rompí el brazo allí en enero", dice, "pero es bonito".

"Suena divertido", le digo.

"¿Era ese viejo tronco sobre el arroyo?". pregunta Laz con nostalgia, como si recordara a un viejo amigo.

Ella niega con la cabeza.

Pregunta: "¿Estaba Raw Dog contigo cuando lo hiciste?".

"Sí".

"¿Se reía?"

Un hombre que parece ser su marido -presumiblemente "Raw Dog"- interviene: "Su brazo estaba en forma de S, Laz. No me estaba riendo".

Laz se lo piensa un momento. Luego le pregunta: "¿Te dolió?".

"Creo que lo bloqueé", se ríe ella. "Pero oí que estuve maldiciendo todo el camino montaña abajo".

Veo a Laz cambiar de modo con fluidez entre maestro calloso y padre de guarida. "Al anochecer", asegura a Doc Joe, "habrá una carnicería", pero luego se inclina para acariciar a su perro pirata. "¿Tienes hambre, Pequeño?", pregunta. "Puede que hoy hayas recibido mucho amor, pero aún así necesitas comer". Siempre que le veo por el campamento, me dice: "¿Crees que Julian se lo está pasando bien ahí fuera?". Al final le digo: "¡Joder, espero que no!", y él sonríe. ¡Esta chica lo entiende!

Pero no puedo evitar pensar que su pregunta disuelve precisamente el tipo de soledad que él parece tan interesado en producir, y sus corredores tan interesados en cortejar: la idea de que cuando estás solo ahí fuera, alguien de vuelta en el campamento está pensando en ti solo ahí fuera, es, por supuesto, sólo otro tipo de conexión. Que es parte del punto de esto, ¿verdad? Que las dificultades facilitan una soledad compartida, un aislamiento total que otros han experimentado antes y volverán a experimentar, que esos otros están presentes en espíritu aunque la naturaleza haya domesticado, envejecido, brutalizado o eliminado sus cuerpos.




VII.

Cuando Julian llega de su primer bucle, casi ha anochecido. Lleva doce horas fuera. Me siento como si compartiera este momento de triunfo con Laz, en cierto sentido, aunque también sé que es promiscuo en este tipo de intercambios. Hay un lugar en su corazón para todos los que corren su guante, y todos los que son tan tontos como para pasar días en el bosque sólo para ver a alguien tocar una puerta amarilla.

Julian está de buen humor. Pasa las páginas para que se las cuenten. Tiene diez "61", entre ellos uno de "El poder del pensamiento positivo" , que apareció al principio del recorrido, y otro de un relato sobre el alcoholismo adolescente titulado "El gran yo tardío", que apareció casi al final. Me doy cuenta de que le han arrancado la cinta adhesiva de los pantalones. "¿Se la has quitado? le pregunto.

"No", responde. "Por supuesto que me la quité".

En el campamento come sándwiches de hummus y galletas de las Girl Scouts, apenas consigue engullir un Ensure de nuez de mantequilla. Se debate entre otro bucle. "Estoy seguro de que no lo terminaré", dice. "Probablemente salga durante horas y luego me deje caer y tenga que encontrar el camino de vuelta en la oscuridad".

Julian hace una pausa. Cojo una de sus galletas.

Dice: "Supongo que lo haré".

Coge la última galleta antes de que yo pueda cogerla. Coge otro dorsal, para su segunda ronda de páginas, y Laz y yo lo enviamos al bosque. Su chubasquero brilla plateado en la oscuridad: hermano robot, a dar otra vuelta.

Julian ha completado hasta ahora cinco carreras de cien millas, así como innumerables carreras "cortas", y una vez le pregunté por qué lo hacía. Me lo explicó así: Quiere conseguir un sistema de responsabilidad completamente aislado, que no dependa de información externa. Quiere correr 160 km cuando nadie sepa que corre, para que el deseo de impresionar a la gente o la vergüenza de abandonar no constituyan sus fuentes de motivación. Tal vez este tipo de pensamiento es lo que le permitió doctorarse a los veinticinco años. Es difícil saberlo. Barkley no ofrece una forma pura de este impulso aislado, pero se acerca bastante: cuando es medianoche y llueve y estás en la colina más empinada que has subido nunca y estás sangrando por las zarzas y estás solo y llevas horas solo, sólo estás tú para ser testigo de si abandonas o continúas.






VIII.

A las cuatro de la mañana, el fuego bulle. Algunos de los que van en cabeza se preparan en el campamento para dar la tercera vuelta, bebiendo café o durmiendo siestas de quince minutos en sus tiendas. Es como si el pensamiento de "todo el peso de la soledad" hubiera inspirado una necesidad de compañía aquí atrás, del mismo modo que el hambre de Julian -cuando se detiene en busca de ayuda- me hace sentir hambre a mí, aunque haya hecho poco para ganármela. El dolor de otra persona se registra como una experiencia en el perceptor: la empatía como simetría forzada, un eco corporal.

"Piensa", me dice Laz. "Julian está ahí fuera, en alguna parte".

"Ahí fuera" es una frase que surge con frecuencia en el campamento. Tan a menudo que uno de los corredores habituales, un viejo enjuto llamado "Frozen Ed" Furtaw (como Cabeza Helada, ¿entiendes?) que corre con mallas de camuflaje naranja atardecer, ha autoeditado un libro titulado Tales from Out There: The Barkley Marathons, The World's Toughest Trail Race. El libro detalla cada año la carrera del cometa de D.N.F.s e incluye un elaborado apéndice en el que se enumeran otras carreras de trail atrozmente difíciles y se explica por qué no son tan duras.


"Estaba orgulloso de Julian", le digo a Laz. "Estaba oscuro y hacía frío y él apenas podía tragar su lata de Ensure y simplemente apoyó la cabeza en las manos y dijo: "Allá voy"".

Laz se ríe. "¿Cómo crees que se siente ahora sobre esa decisión?".

Empieza a llover. Hago un nido en la parte trasera de mi coche. Escribo notas para este ensayo. Veo un episodio de The Real World: Las Vegas, y luego lo apago, justo cuando Steven y Trishelle están a punto de enrollarse, para ahorrar energía para el día siguiente y también porque no quiero ver cómo Steven y Trishelle se enrollan; yo quería que ella se enrollara con Frank. Intento dormir. Sueño con el túnel de la prisión: se está inundando y me acaban de poner una multa por exceso de velocidad, y estas dos cosas están relacionadas de una manera importante que aún no puedo comprender. De vez en cuando me despierta el lúgubre sonido de los "abandonos" (taps), como los gritos de un animal salvaje que resuenan en la noche.



Julian regresa al campamento sobre las ocho de la mañana. Estuvo fuera otras doce horas, pero sólo consiguió llegar a dos libros. Perdió un par de horas, otras dos las pasó tumbado, bajo la lluvia, esperando a que amaneciera. Está orgulloso de haber salido, aunque no creía que fuera a llegar lejos, y yo también estoy orgullosa de él.

Nos reunimos con los demás bajo la carpa para la lluvia. Charlie Engle describe lo que le obligó a volver durante su tercer bucle. "Me caí de culo bajando por Rat Jaw", dice. "Luego me levanté y me volví a caer, me levanté y me volví a caer. Eso fue todo".

Hay una lógica muy bíblica en esta historia: es la tercera vez la que realmente hace el truco, sella el trato, rompe la espalda, lo que sea.

Laz pregunta si Charlie disfrutó de la sección de la prisión. Laz pregunta a todo el mundo sobre la sección de la prisión, de la misma forma que preguntarías sobre el poema de tu hijo: ¿Te gustó?

Charlie dice que sí, que le gustó mucho. Dice que los guardias eran lo bastante amables como para darle indicaciones. "Eran buenos chicos sureños", y por la forma en que lo dice me doy cuenta de que Charlie también se considera un buen chico sureño. "Nos dijeron: 'Subid por ese holler...' y entonces los californianos que estaban conmigo se giraron y dijeron: '¿Qué coño es un holler?'".

"Deberías haberles dicho", dice Laz, "que en Tennessee un holler es cuando quieres salir pero no puedes".

"¡Eso es exactamente lo que dije!" nos dice Charlie. "Dije: cuando estás parado descalzo en un hormiguero rojo, eso es un holler. La colina que estamos a punto de subir-eso es un holler".

La lluvia no da tregua. Laz no cree que nadie llegue a los cien este año. Hubo algunas primeras vueltas estelares, pero ahora nadie parece lo suficientemente fuerte. La gente especula sobre si alguien terminará siquiera la Carrera Popular. Sólo quedan seis corredores con posibilidades. Si alguien puede terminar, todo el mundo está de acuerdo, será Blake. Laz nunca lo ha visto renunciar.

Julian y yo compartimos un muslo de pollo untado en salsa barbacoa. Sólo quedan dos en la parrilla. Es un milagro que el fuego no se haya apagado. El pollo está bueno, y cocinado como prometió, humeante en nuestras bocas contra el aire frío.

Un tipo llamado Zane, con quien Julian corrió gran parte de su primer bucle, nos dice que vio varios jabalíes en los senderos por la noche. ¿Estaba asustado? Pues sí. Uno se le acercó lo suficiente como para hacerle salir corriendo por el borde de una curva, con un palo de lucha en la mano. ¿Habría ayudado un palo? Todos estamos de acuerdo, probablemente no.

Una mujer vestida con lo que parece un cortavientos de cuerpo entero ha empacado una bolsa de plástico con ropa. Laz explica que su marido es uno de los seis corredores que quedan. Planea reunirse con él en la Torre del Vigía. Si él decide abandonar, ella le entregará su ropa seca y lo acompañará por el sendero fácil de cinco kilómetros hasta el campamento. Si decide continuar, le deseará suerte mientras se prepara para otra subida, empapado de agua de lluvia y orgullo, incapaz de coger la ropa seca porque aceptar ayuda le descalificaría.

"Espero que le enseñe la ropa seca antes de que se decida", dice Laz. "La elección es mejor así".

La multitud se agita. Hay un corredor subiendo por la colina asfaltada. Venir de esta dirección es una mala señal para alguien que está en su tercera vuelta: significa que está abandonando en lugar de terminar. La gente adivina que es J.B. o Carl -debe ser J.B. o Carl, no quedan muchos corredores-, pero al cabo de un momento Laz jadea.

"Es Blake", dice. "Reconozco sus bastones".

Blake está empapado y temblando. "Estoy al borde de la hipotermia", dice. "No podría hacerlo". Dice que escalar Rat Jaw fue como trepar por un tobogán de parque infantil en patines, pero por lo demás no parece inclinado a ofrecer excusas. Dice que estuvo corriendo con J.B. durante un rato, pero que le dejó en Rat Jaw. "Son malas noticias para J.B.", dice Laz, sacudiendo la cabeza. "Probablemente volverá pronto".

Laz le entrega la corneta. Es como si no pudiera soportar tocar el "tap" para Blake. Está claramente decepcionado de que Blake esté fuera, pero también hay una nota de regocijo en su voz cuando dice: "Nunca se sabe lo que puede pasar por aquí". Hay emoción en la tensión entre controlar la carrera y reconocerla como algo que siempre le desobedecerá. Se aproxima al placer -¿placer? - de la propia ultramaratón: el esfuerzo simultáneo y la cesión de poder, controlar el cuerpo lo suficiente como para que corra esta cosa pero, en última instancia, ofrecerlo a los caprichos incontrolables de la suerte y la resistencia y las condiciones, entregarse a la emoción de esta dominación.

Doc Joe me hace señas para que me acerque a la hoguera. "Sujeta esto", me dice, y me empuja un gran rectángulo de revestimiento de aluminio. Coloca una rama de árbol caída en el borde para hacer un techo sobre el fuego, donde la única pechuga de pollo que queda se está tostando hasta adquirir un bonito color marrón. "Es el pollo de Blake", explica. "Lo cubriré con mi cuerpo si es necesario".



IX.

¿Por qué este sentido de lo que está en juego y del heroísmo? Por supuesto, me he estado preguntando todo el tiempo: ¿por qué hace esto la gente? Siempre que planteo la pregunta directamente, los corredores responden con ironía: Soy masoquista; necesito un lugar donde poner mi locura; tipo A de nacimiento; etc. Empiezo a comprender que bromear sobre esta pregunta no es una evasión, sino una parte intrínseca de la respuesta. Nadie tiene que responder seriamente a esta pregunta, porque ya la está respondiendo seriamente, con su cuerpo, su fuerza de voluntad y su dolor. El cuerpo se somete con toda seriedad, con degradación y compromiso, a lo que las palabras sólo pueden describir con ligereza. Tal vez por eso tantos ultracorredores son antiguos adictos: quieren redimir los cuerpos que una vez castigaron, dominar los yoes físicos a cuyos antojos una vez sirvieron.

Hay una tautología graciosamente frustrante en este testimonio encarnado: ¿Por qué lo hago? Lo hago porque duele mucho y aún así estoy dispuesto a hacerlo. La mera ferocidad del esfuerzo implica que, de algún modo, el esfuerzo merece la pena. Se trata de un propósito más implícito que articulado directamente. Laz dice: "Nadie tiene que preguntarles por qué están aquí; todos lo saben".

Sería fácil fijarse en cualquier número de posibles propósitos -conquistar el cuerpo, la fraternidad en el dolor-, pero da más la sensación de que el significado habita en círculos concéntricos de trabajo alrededor de un centro vacío: el compromiso con un ímpetu que se resiste a la fijeza o a las etiquetas. La persistencia del "por qué" es la cuestión: el escurridizo horizonte de una pregunta sin respuesta, el equivalente conceptual de una carrera que no se puede correr.

X.

Pero: ¿cómo acaba la carrera?

Resulta que J.B. consigue una sorprendente victoria. Lo que hace que el quinto párrafo de este ensayo sea mentira: la carrera ya tiene nueve finalistas. Recibo esta noticia en forma de mensaje de texto de Julián, que se ha enterado por Twitter. Los dos volvemos a casa por carreteras distintas. Mi pensamiento inmediato es: "Mierda. No tenía pensado centrarme en J.B. como personaje central de mi ensayo -no me había parecido una de las personalidades o aspirantes más fuertes del campamento-, pero ahora sé que también tendré que convertirlo en una historia.



En esto se especializa Barkley, ¿verdad? Se traga la historia que imaginaste y te entrega otra. Blake y Carl -ambos fuertes tras sus segundas vueltas, dos de mis figuras de interés elegidas- ni siquiera terminaron la Fun Run.

Ahora todos se van a casa. Carl volverá a su taller mecánico de Atlanta. Blake ayudará a su hija a entrenarse para las pruebas. John Price volverá a su retiro y a su carromato. Laz, según he descubierto, volverá a su puesto de ayudante del entrenador del equipo de baloncesto masculino del instituto Cascade, al final de la autopista, en Wartrace.

XI.

Una de las indagaciones más convincentes sobre la cuestión del por qué -al menos en mi opinión- es en realidad una indagación en torno a la pregunta, y reside en una historia de locura temporal: El aterrador relato de A.T. sobre su "crisis de propósito" del quinto bucle en 2004.

Por "crisis de propósito", quiere decir "perder la cabeza en toda la definición de la expresión", una condición relativamente poco sorprendente, dadas las circunstancias. No está solo en esta experiencia. Otro ultracorredor llamado Brett Maune describe haber alucinado con una banda de indios serviciales al final de su carrera de tres días por el sendero John Muir:

Me vigilaban mientras dormía y charlaba brevemente con ellos cada vez que me despertaba. Fueron muy considerados e incluso me ayudaron a empaquetarlo todo cuando estuve listo para reanudar la marcha. Espero que esto no cuente como ayuda.




A.T. describe el deambular sin tener una idea clara de cómo había llegado al sendero o qué se suponía que debía hacer allí: "Me olvidaba del Barkley durante minutos y minutos, aunque la premisa persistía. Tenía que llegar al Garden Spot, porque... ¿por qué? ¿Había alguien allí?". Su amnesia capta el esfuerzo en sus términos más crudos: premisa sin motivación, dificultad sin contexto. Pero su relato ofrece destellos de asombro:

"Me metí en un charco hasta las rodillas durante una hora, quitándome el barro de los zapatos..... Caminé hasta Coffin Springs (la primera gota de agua). Me senté y vertí litros y litros de agua fresca en mis zapatos.... Inspeccioné los árboles pintados que delimitan el parque; a veces me adentraba en el bosque sólo para ver la pintura de un árbol."

En cierto sentido, Barkley hace precisamente esto: obliga a sus corredores a apreciar lo que de otro modo no habrían conocido o notado: el dolor en los cuádriceps cuando han sido castigados más allá de toda medida razonable, la fatiga tirando de los hilos del cuerpo inexorablemente hacia abajo, la mente entumecida y vidriosa por el dolor.

Al final del relato de A.T., la faceta de Barkley considerada más brutalmente agotadora, esa siniestra y sagrada "autosuficiencia", se ha convertido en un milagro inexplicable: "Cuando refrescaba, tenía una camiseta de manga larga. Cuando tenía hambre, tenía comida. Cuando oscurecía, tenía luz. Pensé: Vaya, ¿no es extraño que tenga todas estas cosas perfectas, justo cuando las necesito?".

Esto es benevolencia como sorpresa, evidencia de una gracia más allá del yo que, por supuesto, ha venido del yo -el mismo yo que cargó la riñonera horas antes, cuyo papel ha sido oscurecido por una ilusión cansada, convertida en otra por el mero hecho de que el cuerpo ha perdido su propia mente. Así sucede. Una mañana, un hombre sopla una caracola y dos días más tarde, respondiendo a la llamada de esa caracola, otro hombre encuentra todo lo que necesita atado a su propio cuerpo, donde no puede esperarlo ni explicarlo.

martes, 3 de octubre de 2023

Estar majara mola un huevo

 


Imagina una secta secreta cuyo líder pasa desapercibido en el supermercado, o incluso pasa desapercibido en una convención de sectas secretas. Uno nunca imagina lo que sucede dentro del cerebro de una persona aparentemente normal, y mucho menos si esa persona es el líder de una secta secreta.

Imagina que una vez al año recibes un mensaje. El líder de la secta te da una fecha, una hora, un lugar y te pide confirmación de asistencia.

No sabes a que has dicho "Si", y por más que preguntes no vas a saberlo, pero te pones a entrenar para no ser la rémora el día señalado.

Acudir a la cita implica quebraderos de cabeza. ¿Tendré que correr?¿tendré que nadar?¿tendré que remar?¿podré dormir? No sabes cuanta agua llevar, qué comida, ni en qué cantidad, hasta dudarás de la indumentaria, condicionado por la época del año y la previsión meteorológica. 

Pero ¿Qué pasa si el lugar señalado para la cita es un aeropuerto? La cosa se complica aún más. Multiplica por dos los quebraderos, porque resulta que el vuelo es internacional.

Un par de días antes de la cita, recibes un billete de avión, sin equipaje a facturar, así que te ves limitado a la bolsa de mano que te dejan meter bajo el asiento de cabina. Si no sabías jugar al Tetris, en una tarde te vas a poner al hilo.

Miras la previsión en el país de destino y la bolsa de mano no deja de menguar. ¿Cómo meto yo ahí dentro lo necesario, si para colmo dicen que va a nevar?

Metes cosas, estrujas, empujas, comprimes, no cierra la cremallera. Sacas cosas, descartas, eliges, aplastas, sigue sin cerrar. Vas eliminando, decidiendo, meditando sobre lo que puedes prescindir y lo que no. Tras mucho debate interior ,y mucho empujón, la cremallera acaba cerrando. 

2:45H de la madrugada, habiendo dormido entre poco y nada, nos dirigimos al aeropuerto de Málaga.

En la anterior convocatoria del líder, el año pasado a finales de Enero, el punto de encuentro fue un bar, en torno a las diez de la noche. A partir de ahí, nos pasamos toda la madrugada zarandeados por el fuerte viento ,y el frio del invierno, por crestas y pedregales de la Sierra de Grazalema. Fueron 24 horas seguidas, con final en el mismo bar de la noche anterior. 

Llegamos al aeropuerto. Somos una docena exacta de miembros de la secta. Intercambiamos abrazos y dudas. Hay mucha inquietud por lo que nos espera en Suiza ¿Qué nos tiene preparado el líder?

Algunos han pagado una maleta extra para poder facturar bastones y algo más de ropa. Yo prescindo de los bastones y me limito a lo que he podido meter en la bolsa de cabina. De todos modos, hace años que no uso bastones y tampoco se si van a ser necesarias las manos libres para poder avanzar. 

Aterrizamos en Ginebra. Nos recibe el líder y recluta a tres miembros para ir a un pueblo de Francia a recoger una furgoneta de alquiler. Mientras tanto, esperamos la llegada del último miembro, que viene desde Madrid en otro vuelo. 

Un par de horas más tarde, la secta parte hacia las montañas.

Tras el viaje por carretera, con un par de paradas (una para comer algo y otra en la casa del líder), una estrecha carretera de montaña nos lleva hasta una explanada donde dejamos los dos vehículos.











 Nuestro camino, como era de esperar desde un principio, pica hacia arriba. Al poco de empezar llegamos a un pequeño lago, cuyas aguas reflejan el verde del frondoso bosque que lo rodea. Al fondo de la imagen, una cascada destaca entre la espesura.

El líder establece un alto en la orilla del lago y procede a darnos la bienvenida oficial. Seguidamente nos narra una leyenda sobre dicho lago, al que llama "Lago de la Buena Pesca" , mientras se adentra un poco en sus aguas y de debajo de una roca extrae una bolsa llena de latas de cerveza. Buena pesca, si señor. 

Despachamos las cervezas con gran facilidad, en un breve espacio de tiempo, y proseguimos la marcha monte arriba. Tras un rato de subida, llegamos al refugio Cabane de Bounavaux. El líder nos desvela que más tarde regresaremos allí para pernoctar.

Tras una charla en francés con los guardas del refugio, donde el líder les detalla nuestro recorrido antes de bajar a dormir, nos explica que los guardas desaprueban el propósito de hacer una cresta equipada con una cadena pasamanos, dada la peligrosidad, debido a la tormenta que acecha y la proximidad de la puesta del sol. 

Proseguimos subiendo en dirección a un collado, con las cimas circundantes ya cubiertas por las nubes. A falta de cresta tenemos crucifijo, como en la mayoría de cimas alpinas. 

El cielo amenaza lluvia, así que toca empezar a descender. Una nueva parada obligada, nos presenta de nuevo al líder navegando entre rocas y narrando una nueva leyenda. El desenlace, ya entre goterones de lluvia, es la aparición milagrosa de otro arsenal de cervezas ocultas bajo una piedra.

Despacho mi lata de zumo de cebada y corro sendero abajo en dirección al refugio. No me apetece que la lluvia empape mis zapatillas y comenzar la jornada de mañana con los pies húmedos.

Usamos la cocina del refugio para preparar un perol de espaguetis con tomate. Durante la cena, aparece Pablo, otro miembro de la secta que lleva dos años viviendo en Suiza. Llega empapado, puesto que ya no ha parado de llover desde que llegamos al refugio. Tras la cena, lavamos los platos y los cacharros y nos vamos a dormir. Somos los únicos que ocupamos esa noche el refugio, aparte de los guardas.

A las seis de la mañana toca diana. Un café rápido y salimos del refugio aun de noche. Arriba, las montañas donde estuvimos ayer, están hoy nevadas, la noche las ha pintado de blanco.

Llegamos a la explanada donde dejamos los vehículos y partimos a un nuevo destino: Les Diablerets.

Les Diablerets es una cadena montañosa que pertenece a Los Alpes de Vaud. Llegamos al pueblo de mismo nombre y dejamos los vehículos.

Atrás dejamos el pueblo y comenzamos a subir por un sendero que rápidamente nos pone las pilas. 







El agua corre a nuestro alrededor con mucha fuerza debido a la pendiente. El grupo se va estirando ya que algunos se toman su tiempo para recuperar el aliento. Sobre nuestras cabezas, el paisaje va cambiando de color, del verde de la vegetación al blanco de las nieves. Comienza a lloviznar. La lluvia se transforma en agua-nieve, hasta que comienza a nevar sin contemplaciones. 

Giras la cabeza y ves el valle a lo lejos, muy abajo. Hemos ganado mucha altura y ahora estamos en un reino nevado.











Seguimos caminando hasta llegar a orillas de un lago. El líder establece una nueva parada para contarnos la leyenda del Lago Negro y el Gigante Gargantúa, cuyo desenlace no es otro que volver a presenciar "la magia de la naturaleza" y contemplar como el líder va sacando latas de cerveza de las aguas del lago. Cervezas "al punto glaciar" literalmente.

Deja de nevar durante un rato, y se agradece, pues avanzamos ahora fuera de senda, por encima de un mar de roca, siguiendo hitos de piedra y marcas de pintura, con la visión siempre a lo lejos de La Quille du Diable. 
El líder establece un nuevo paro junto a una gran roca con una pintada que dice "Yeti-Palace 2. 1/2 h". Es momento para homenajear a uno de los miembros de la secta por su fidelidad a la hora de responder a los mensajes de citación del enajenado líder. Al mismo tiempo, uno de los miembros contrataca con un homenaje al líder y le hace entrega de una placa que lleva inscrita el numero oficial de ediciones de estas excursiones salvajes. A todo esto, el líder lleva todo el día vacilándonos, vestido de corto en pleno clima invernal, como provocando al grupo, insinuando que somos unos blandengues. 






Tras los homenajes, continuamos la marcha y el ascenso hacia La Quille du Diable. 













Junto a la base de La Quille du Diable se encuentra el Refuge de L'espace. El guarda nos ve pasar y nos advierte que debemos bajar de allí antes de las 16:30h, me imagino que para que nos diera tiempo a llegar al valle antes del anochecer. Comienza a nevar con ganas y la niebla nos rodea. Hay poca visibilidad. Sobre nosotros tenemos el Peak Walk, un puente colgante de 107 metros que une dos cimas, la del View Point con la del Scex Rouge, rozando los 3000 metros. 
Vemos que hay un telesilla en marcha que sube hasta el puente. Pablo pregunta al operario si nos deja subir y este accede. En medio de una nevada copiosa y con escasa visibilidad, subimos lentamente en el telesilla. El pequeño parón hace que empecemos a notar frio. 









Cruzamos el puente y nos toca bajar abriendo huella en la nieve porque el telesilla ha dejado ya de funcionar. Llegamos al glaciar de Tsanfleuron y lo atravesamos por el borde de la meseta alta, buscando la senda que baja en dirección al valle. La bajada es bastante pronunciada en los primeros tramos y se agradecen las cuerdas fijas instaladas, sobre todo porque bajamos con zapatillas de correr,  por un terreno nevado y pedregoso.

















Sobra decir que llevamos todo el día con los pies empapados. Las zapatillas que traemos son ligeras e ideales para correr por montaña, pero por una montaña seca. Para estas condiciones lo ideal hubieran sido una botas de montaña con membrana impermeable, incluso un piolet para la bajada, por seguridad, pero es lo que tiene venir a ciegas con una bolsa de mano siguiendo a un majara. NO HAGAN ESTO EN CASA.

Poco a poco vamos bajando y llegamos a un refugio donde paramos para ir reagrupándonos. Los resbalones se suceden y ves como más de un culo toca suelo. Según perdemos altura, la nieve va quedando atrás y aparecen los verdes que abandonamos esta mañana temprano.










Llegamos al valle y el grupo para en una granja para comprar queso en una nevera de "autoservicio". Es algo habitual en esta tierra: una neverita afuera de casa, coges tu queso y dejas tu dinero. Es un acto de confianza que veo utópico en nuestro país de sinvergüenzas. En la mentalidad suiza es impensable que alguien se vaya a llevar un queso sin pagarlo. 











Aún nos quedan tres o cuatro kilómetros para llegar al pueblo donde tenemos los vehículos. Caminamos por un sendero emboscado donde se nos hace de noche. Ya en los coches, decidimos hacer un fin de fiesta en un bosque cercano a la casa del líder. Alrededor de la hoguera, comemos, bebemos cerveza y el líder pone en marcha el concurso "la patata caliente suiza". Va lanzando preguntas del tipo ¿Cuántos litros de leche da una vaca suiza al día? ¿Cuántos picos de más de 2500 metros hay en Suiza? y el que acierta la cifra recibe un regalo típico del país.









Llega el momento del regreso al aeropuerto de Ginebra, de las despedidas, de lavarnos como los gatos en el aseo de la terminal para no subir al avión oliendo a morgue. Han sido dos días muy intensos, de dormir poco y movernos mucho. El grupo está cansado, pero ha merecido mucho la pena responder con un "si" a aquel mensaje del líder. 

Estar majara mola un huevo. Seguir a un enajenado mental por un glaciar mola un huevo. Volar a otro país, sin saber a lo que vas, mola un huevo. Tener ya edad de babuchas y periódico, y seguir saltando de piedra en piedra en pantalón corto, mola un huevo. Encontrar un grupo de majaras con los que seguir haciéndolo, mola un huevazo. 
Si estas un poco majara, poténcialo, te dará vida, hazme caso.

Muchas gracias al líder por crear estos sueños y por elegirme en su día para formar parte de su grupo de majaras.

Si tu me dices ven....