jueves, 8 de junio de 2017

El Sonido del Trueno



A menudo aceptas las cosas como vienen, bien porque no tienes nada que hacer en contra, o bien porque no te apetece hacer nada para remediarlo. Es la aceptación una especie de entrega, de rendición personal frente a algo que no es de tu agrado. La magnitud del hecho, y su procedencia, son determinantes.
En las relaciones humanas, en los entornos sociales, se aceptan decisiones, o se opta por la negligencia  o la insumisión, como repulsa ante el hecho, y como alternativa a la aceptación.
En el entorno natural, concretamente en el atmosférico, no queda más opción que la aceptación y, como mejor respuesta, la adaptación.

Aceptando el hecho de que viajaba hacia Pirineos, al Vall de Ribes, a enfrentarme a una ultra amenazada por las tormentas y el mal tiempo, carecía de los nervios protocolarios de costumbre; no por hallarme seguro de mí mismo, sino por la alta probabilidad de que la prueba no se llevara a cabo, (máxime cuando la organización ya había decretado como obligatorio el material B ,para condiciones extremas) y de llegar a celebrarse, hacerlo con un alto porcentaje de probabilidades de ser neutralizada.
Ya la víspera del evento, durante la charla técnica, se nos anuncia una modificación del recorrido, redireccionando un tramo del mismo, para evitar el paso por una cima que coincidiría con las horas de mayor riesgo de tormenta eléctrica. Así las cosas, la distancia quedaría en 68 kms y unos 5000 metros de desnivel positivo acumulado (sin olvidar esos 5000 negativos, que son los que más castigan a nuestros sufridos cuádriceps con el paso de las horas). Puede parecer una distancia liviana, pero teniendo en cuenta que la altura media de la prueba se sitúa en los 2020 metros, con cota máxima en los 2940 metros del Puigmal, y otras tantas cimas entre los 2500  y 2800 metros, os aseguro que esos 68 kms se te pueden hacer muuuuuuy largos....

A las siete en punto de la mañana, y con cielo amenazante, se da la salida. Salgo relajado, en exceso quizás, con la sospecha de que nos dejaban retozar unas horas hasta llegar al Vall de Nuria (km 26), y que jamás pasaríamos de allí. El hecho de que a última hora exigieran llevar 10 euros como parte del material obligatorio, me hacía sospechar que el plan de la organización era neutralizar en Nuria y hacernos pagar el tren de cremallera para regresar a Ribes.

Rápidamente, salimos del pueblo por una de las laderas emboscadas que lo rodean. La vegetación de media montaña nos envuelve, mientras ganamos altura paso a paso en el embotellado sendero. La estrechez, unida al desnivel, y a la aglomeración de una carrera que aún no ha dado tiempo a estirarse, forma una lenta procesión, que hace protestar a los menos pacientes.

Desde el comienzo, el recorrido es una pasada. El sendero no llega a los 80 cms de ancho, de firme pisada, rodeado de matorral bajo, helechos, hierba, raíces de árboles, y perfumado con ese olor a tierra mojada que te hace recordar otros momentos en otras montañas.



A medida que ganamos altura, el paisaje va cambiando. Desaparecen los bosques,  la vegetación reduce su tamaño, aflora la piedra y el pulso se acelera. Va cayendo la temperatura, hasta los -3ºC de sensación térmica. El cielo se oscurece, el viento nos azota, y nuestros pies ahora solo pisan rocas y neveros. Llegamos a la cima del Puigmal.
Apenas llevamos 20 kms y ya hemos acumulado 2200 metros positivos, y rozado la cota 3000, con lo que ello supone a nivel de respiración y pulso (sobre todo para los que salimos ayer de casa a nivel del mar).
Sobra decir que hace rato que nos vimos obligados a ponernos los guantes y la chaqueta Gore-Tex.
Cresteamos y encadenamos un par de cimas más, el Pic Petit de Segre y el Pic del Segre, hasta llegar al Coll de Finestrelles, desde donde comenzamos una larga bajada hasta el Vall de Nuria.










En Nuria me cambio de camiseta para no enfriarme mientras como algo. La gente se retira aquí. Creo que estos primeros 26 kms de carrera, superan en dureza a cantidad de maratones de montaña de los que conocemos, y pensar que desde este punto quedan aún 42 kms hasta meta, mina la moral de los que han llegado aquí tocados.
Me comentan que los de la organización hablan sobre una neutralización segura en breve. Acabamos de salir y subimos hacia el Pic de L'Aliga. Veo como se aleja Nuria, y con el la posibilidad de regresar a Ribes en el tren de cremallera.
Me jode pensar que van a neutralizar , si o si, quizás dentro de diez kilómetros, quizás en un punto alejado de todo, donde habrá que esperar muertos de frio a que nos vengan a sacar de allí, y me cabreo en silencio. Me parece una estupidez que nos dejen salir de un lugar seguro si tienen la certeza de que no cruzaremos la meta por nuestros propios medios.
He viajado desde casa enlazando coche, avión y tren hasta llegar aquí, más de 1000 kms para disfrutar y completar el recorrido de la prueba. Si no va a ser así, y alguien lo tiene claro, prefiero la ducha y una cerveza a andar azotado por la lluvia y acabar en un "coitus interruptus" montaraz.

Gracias a lo espectacular del recorrido, que alterna montañas y valles, cruces de ríos, aderezado por la niebla y la lluvia, voy alejando de mí el mal rollo, aceptando disfrutar del momento, mientras nos sea permitido.
Llegamos al refugio Coma De Vaca, enclavado en un paraje de los de enmarcar, y nos topamos de frente con el siguiente muro que tenemos que superar, la subida al Col des Tres Pics.






El Pacto de los Lobos

Retrocedo al principio. La víspera de la prueba, nos encontramos en Ribes de Freser al atardecer. Los tres nos encontramos después de unos meses sin tener contacto. Cada cual ha llegado aquí por sus medios, viajando desde puntos diferentes, con horarios diferentes, y por fin estamos aquí, juntos de nuevo para un objetivo común.
Arturo, Cristina y un servidor, sellamos el mismo pacto de lobos al que estamos acostumbrados: juntos al salir, juntos hasta llegar, unidos en la montaña.
En alta montaña, y con mal tiempo, la soledad no es buena compañera.
En esta ocasión, el destino nos trajo a Pablo, un gigante que me sacaba una cuarta, un lobo descolgado de su manada, que se hallaba en Nuria decidido al abandono.
Arturo lo escuchó decir que abandonaba, y sin conocerlo de nada, le ofreció unirse a nuestro pacto de lobos. Al fin y al cabo, si se encontraba allí en aquel momento, es porque había tardado el mismo tiempo en llegar, así que su ritmo era similar al nuestro.
Pablo aceptó agradecido, y salió junto a nosotros de aquel valle. Ahora éramos una manada de cuatro.

Volvemos a la subida al Col des Tres Pics, lenta, dura, y acompañada por una guarnición de frío y fina lluvia. Reponemos fuerzas en el control del collado, y enfrentamos el ascenso al cuarto bastión de la prueba, el Balandrau, con sus 2585 metros.
Desde la cima puede verse un paisaje oscurecido, tapado por nubes negras, una especie de Mordor donde el Sol no existe. La amenaza de tormentas sigue ahí, cada vez más presente, aunque de momento nos hemos escapado.
Por delante una larga bajada hasta Pardines, unos 11 kms con 1200 metros de desnivel negativo. Esto duele, bajar es fácil pero duele bastante, y lo sabes.

El Sonido del Trueno

Llegamos a Pardines, un pueblo pequeño y encantador. Te ves metiendo cosas en el estómago que no sabes como éste tolera a estas alturas, un remix de sandía, cacahuetes, coca cola, gelatina y un gel con cafeína......como intentando formular la poción de los galos, un brebaje que te ayude a vencer a un enorme romano llamado Taga.
Desde el pueblo, el Taga se ve lejano y enorme. Hasta su cima a 2040 metros, tenemos un kilómetro vertical, en siete kilómetros.
El cielo ha abierto justo sobre nuestras cabezas. Ahora de repente el Sol aprieta y hace calor. Encadenamos una cortas pero muy empinadas rampas, a través de un sendero emboscado y húmedo. Comienzo a sudar de forma brutal. Sin duda paso el peor momento del día. No cedo en el ritmo, pero voy tocado. No paro de apartar el sudor que cae de mi cabeza y se me mete en los ojos. Estoy empapado.
Por suerte, salimos del emboscado sendero al monte abierto, y de nuevo Mordor se ha tragado la luz. Me recupero en cuestión de minutos ,gracias al frío viento que se ha levantado.
Comienza de nuevo a llover. En el firmamento se pueden ver destellos de tormenta iluminando la oscuridad del horizonte. De repente, el sonido del trueno. Ese momento que temíamos desde el inicio de la prueba, ha llegado.
Llegamos a una pequeña carpa, atestada de corredores, en medio de la lluvia y el viento, en la antecima del Taga. La prueba ha sido neutralizada, a siete kilómetros de meta.
Tan cerca del final, y ahora de repente tan lejos.
Son minutos tensos, de desconcierto y discusión. Nos ponemos la camiseta térmica seca que llevamos en la mochila, porque nos empieza a entrar la tiritona. Un cuarto de hora más tarde, llega la gran noticia, se reanuda la prueba, aunque nos avisan de que en una hora volverán las tormentas.

Llega sin duda la peor subida de la prueba. Hasta la cima del Taga nos quedan unos cien metros verticales....pero que cien metros!!!
La subida es en línea recta, sin zetas ni rodeos, por una pala de hierba super vertical. Toca tirar de bastones en plan bestia, llevando la rodilla al pecho y resoplando con cada impulso. Algunos paran en pequeños descansillos, y se apartan para dejarme pasar.
Nos reagrupamos en la cima, y hacemos chistes sobre la terrible subidita. Esperamos a que aparezca Cristina, que se ha quedado algo rezagada en la subida. Al llegar se desploma panza arriba en la hierba de la cima, en un simpático gesto de agotamiento.






Ya solo queda bajar, seis kilómetros y mil metros de desnivel negativo y estaremos en meta.
El barro ,y la hierba mojada por la lluvia, hace rodar a más de uno. Yo consigo escaparme y no hacer la croqueta cuesta abajo.
Comienza a oscurecer y sacamos los frontales. El cielo tiene algo así como un cabreo impresionante, y nos lanza todo lo que tiene. La lluvia es ahora una cortina de agua, en plan bestia, y el viento se ha desquiciado. Nos cae una especie de mezcla entre granizos y piñas de los árboles. El sendero es un torrente de agua y barro, resbaladizo y empinado, con un laberinto de raíces superficiales que nos hacen tropezar. Se diría que al dios de la lluvia le molesta que vayamos a cruzar la meta. El sonido del trueno se hace cada vez mayor, y la luz de los relámpagos recorta nuestras siluetas en el bosque.

Ya en las calles del pueblo, la manada corre en cuadriga hasta cruzar el arco de meta.

Gracias de nuevo a mis amigos y compañeros de aventura, Arturo y Cristina. Gracias a Pablo por confiar en sí mismo, y en nosotros. Siempre tendrás tu sitio en nuestra manada.

La montaña tiene sus reglas. Nadie está por encima de su ley, nadie está por debajo de su ley. Solo respetala y saldrás airoso.