miércoles, 22 de febrero de 2023

¿Por ahí hay que subir?

Subiendo al Mont Chetif, durante el Gran Trail Courmayeur


 Di la verdad, tu también eres de los que cuelga esa foto de la carrera en la que sales agarrado a una cadena o a un cable de acero. Esa subida equipada con una cadena para ayudar a subir, o ese paso delicado donde se ha instalado un pasamanos con un cable de acero o una cuerda. Ese punto en concreto suele marcar tu recuerdo de esa prueba: es el que no olvidaras o es el que no quieres volver a recordar.

Escucharas a gente despotricar , ponerse nerviosa hasta el punto de proferir insultos contra la organización e incluso darse la vuelta porque por ahí no van a pasar. Y luego, en las redes sociales, publicarán que eso no es correr, que ellos no iban a una yincana , que han puesto en peligro a los corredores y así un sin fin de argumentos en contra del que ha diseñado el recorrido de la prueba. 

El "Trail Runner" y sus peculiaridades.


Dragon´s Back Race 2012. Segundo día de carrera. En algún lugar de las montañas de Gales.


A mi modo de ver, las montañas tienen una orografía y una serie de obstáculos que te obligan a salvarlos si quieres desplazarte por ellas. Ya ni te cuento si lo que se pretende es ascender a sus cimas, porque todas las cimas no son accesibles por un amable sendero zigzagueante. En pruebas como la Canfranc-Canfranc de 100 kilómetros, hubo tramos que tuvimos que superar usando las cuatro extremidades. Lo ideal es que te sientas cómodo en esas situaciones, pero si no es así, tendrás que valorar hasta donde estas dispuesto a llegar.

En mi infancia (allá en la prehistoria) se jugaba en la calle. A mi me encantaba ascender entre las columnas y la pared de los bajos de mi bloque, usando la técnica de chimeneas. A veces, al jugar al escondite , a rescatar o a "policías y ladrones", trepaba y me quedaba pegado al techo, en silencio, mientras pasaban por debajo sin apercibirse de mi presencia. En casa, hacía lo mismo entre las paredes del pasillo, por supuesto descalzo.

Reinhold Messner utilizando la técnica de chimeneas


También me gustaba trepar a los árboles y a las tapias, cuando se "embarcaba" un balón. Recuerdo cuando mi padre compró una cuerda de cáñamo y la llevábamos al pinar los fines de semana de campo. Dicha cuerda, lo mismo servía para atar prisioneros al tronco de un pino, para caminar por la cuerda floja dispuesta entre dos arboles, o para lanzarla por encima de una rama gruesa y usarla para subir o para columpiarnos. Otra cosa que me gustaba, era subir hasta mi sexto piso usando las barandillas de las escaleras,  en vez de los escalones. Era una especie de "El suelo es lava" perpetuo.

Gran Trail Courmayeur 2015. Una bajada cualquiera


Luego me dio por el BMX y por las Artes Marciales, pero al llegar la Universidad, me inscribí en un club local de espeleología y escalada. Pagué la matrícula y me dieron una llave del club. Allí había infinidad de revistas, con esos tipos fibrosos con sus mallas de colores mega horteras.....no era un look que me gustara, pero si su agilidad para subir por aquellas enormes paredes de roca. Solía ir al club por las mañanas, cuando tenía horas libres entre clases , y nunca había nadie. Me pasaba una o dos horas entrenando en los plafones del rocódromo......reventado pero contento. Luego buscaba cosas que escalar. Ves fachadas y piensas por donde podrías subirlas. Ves estructuras metálicas y te imaginas subiendo por ellas. Vas al campo y vuelves a trepar árboles y rocas de gran tamaño. De alguna manera fue como regresar a la infancia.




Macizo Central Picos de Europa. El paseo entre refugios tiene su miga.

Tal era mi fiebre por escalar, que en una habitación de mi piso, instalé presas de resina en las paredes, para ir moviéndome en travesías horizontales sin tocar el suelo. El tiempo y la vida familiar fueron ocultando las presas tras armarios y estantes. 

Solo 8 presas quedan al descubierto

Al igual que las presas se fueron ocultando, la fiebre se me fue pasando. Acabé deshaciéndome del material y la escalada pasó a ser un recuerdo.

En 2004 comencé a correr larga distancia y en 2006 ya estaba con un dorsal en el pecho escuchando a Vangelis en la salida del UTMB. Correr por montaña me atrapó por completo. La posibilidad de viajar a conocer nuevos países y sus montañas era muy atractiva. Correr azotado por el viento ártico en Escocia, desorientado por la niebla en Gales, bajo la lluvia en el Pirineo Frances, de noche en Los Alpes Italianos. Horas y horas trotando por montañas , horas y horas de vivencias. Jamás puse pegas a un recorrido , tan solo a algún tramo feo sin sentido, de esos que suelen meter para alargar kilómetros. Poco a poco me fui desenganchando de los Ultra Trails y fui  bajando los kilometrajes. Mis últimos tres dorsales fueron las tres primeras ediciones de Tajo Negro, una prueba que acumulaba 2600 metros de desnivel positivo en tan solo 33 kilómetros. Corta, pero dura de cojones.



CxM Tajo Negro

Hace cinco años, se mezclaron los ingredientes necesarios para retomar la escalada. Las personas adecuadas me dieron el empujón y me enseñaron todo lo necesario. Amigos y compañeros de carreras, viajes y  travesías montañeras, ahora eran también compañeros de cordada.

Hace apenas 100 años que en Alemania se escaló la primera vía de grado 6a, máxima dificultad hasta esa época. No fue hasta 1948 , cuando Pierre Allain inventó los primeros pies de gato, que empezaron  a escalarse vías más difíciles y a subir el grado. La escalada vivió un boom en Francia (en Verdon) y en EEUU (en Yosemite) y en 1970 se escala la primera vía de grado 7a. A partir de esa fecha la locura por subir de grado se desata , hasta llegar a la actualidad, donde ya se ha escalado el primer 9c de la historia, algo ya estratosférico.


Descripción de los grados de escalada

Escalando en el Canuto de la Utrera. Vía de grado 6b+ apretado...


Escalar es un ritual. Atas el extremo de la cuerda con un nudo de ocho doble a tu arnés, como si fuera el cordón umbilical  que te une a la vida. En el otro extremo de la cuerda está tu compañero, que vela por tu seguridad abstraído del resto del universo. Se hace el silencio y solo se escucha el tintineo metálico del material que cuelga a los lados de tu arnés . No existe nada en el mundo en este momento, solo piensas en seguir subiendo y no caer. Empolvas tus manos con magnesio para evitar que suden y buscas con la mirada en el relieve de la roca dónde asirte para seguir ascendiendo. Te mueves sin brusquedad, temeroso de que el pie de gato resbale del pequeño canto donde lo tienes apoyado. Aguantas la respiración y te dispones a soltar tu mano derecha de la regleta donde tus dedos arqueados se agarran con fuerza. En un movimiento explosivo , lanzas tu mano y consigues acertar con ese pequeño orificio donde alojas la primera falange de los dedos índice y corazón. Escuchas a tu compañero decir "buena!!", observando atentamente todos tus movimientos desde abajo. Le pides cuerda y jalas de ella con una mano, sujeto ahora solo por esos dos dedos de la otra mano a la pared, para poder pasarla por el mosquetón de la cinta anclada a la roca que hace de seguro. Con la pelvis pegada al máximo a la roca, reposicionas tu centro de gravedad. Tanteas hasta que consigues introducir la puntera del pie de gato en una fisura de un par de dedos de ancho. Retacas la puntera para asegurarte y realizas una extensión a una pierna para tratar de alcanzar el borde de la repisa que tienes sobre ti. Poco a poco te vas sintiendo a gusto en la pared y tu escalada fluye. Consigues llegar al final de la vía, sin fallos, sin haberte bloqueado en ningún paso, habiendo experimentado el Zen de la escalada. Te anclas a las argollas de la reunión y contemplas el paisaje desde ahí arriba. La calma de esos segundos es parte del ritual. Esas horas suspendido en el vacío te limpian de los residuos acumulados en el día a día y te preparan para afrontar otro periodo de tempestad.
Te llevas contigo el tacto de la roca, la charla de regreso y una mochila cargada de sueños y libre de angustias. 





Escalando "Lluvia de asteroides" , 250 metros de escalada en El Chorro (Málaga)



En esencia, todos somos escaladores. Filogenéticamente , forma parte de las habilidades motrices básicas desde nuestro nacimiento, junto con correr, saltar, lanzar, recepcionar, etc. Del desarrollo de estas habilidades en la infancia, estimulados por el juego y la educación física, dependerá que se instauren entre nuestras destrezas motoras, o que se atrofien con el paso del tiempo. Está claro que escalar contiene un determinante sicológico con un alto valor específico , pero es algo que se puede aprender a controlar y gestionar. Es cuestión de probar.

De momento, y mientras el cuerpo lo permita, seguiremos corriendo y escalando todo lo posible, y poniendo esa sonrisa que le sale a uno cuando el recorrido te lleva a ese punto donde preguntas ¿Por ahí hay que subir? 






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